Para Provea, “en los CLAP se extorsiona con la alimentación y eso, aparte del efecto regresivo por la pérdida de libertades, es una de las violaciones más evidentes del derecho a la alimentación”.
El 13 de marzo, Nicolás Maduro ordenó incorporar carne y pollo a las bolsas CLAP. Pero lo que, a simple vista, parece un aumento en la distribución de proteína, resulta ser todo lo contrario: la carne distribuída será enlatada. Es decir, alimentos ultraprocesados cuyo perjuicio a la salud ha sido comprobado en múltiples estudios; que se sumarán a las mortadelas en lata provenientes de Turquía, y otros componentes de una bolsa cargada de carbohidratos (y otras cositas como control social). Hablamos con Susana Raffalli, nutricionista especializada en gestión de la seguridad alimentaria, en emergencias humanitarias y riesgo de desastres:
—¿Qué debería tener la bolsa CLAP para satisfacer las necesidades nutricionales de una familia, en contraste con lo que distribuye actualmente?
—La bolsa CLAP no es adecuada con ningún tipo de alimento. Distribuir, masivamente, alimentos es algo que está contraindicado y que es inadecuado hacer. En contextos en los que el mercado de alimentos está abastecido, los alimentos son accesibles y la gente está en capacidad de trabajar o de producir sus alimentos, repartir alimentos es contraproducente porque desmovilizas a la gente, desincentivas su autonomía y su propia capacidad de trabajar para comer con libre autodeterminación. Desincentivas la economía alimentaria local.
Repartir alimentos a escala solo se debe reservar para situaciones de extrema emergencia, en las que la emergencia arrasó por completo las fuentes habituales de alimentación: los mercados y los medios de vida de las familias, incluyendo sus cocinas o enseres para cocinar. Me estoy refiriendo a incidentes como el de Vargas o el de Tejerías, o un terremoto.
La obligación del Estado como garante del derecho a la alimentación no se refiere, en ningún caso, a la obligación de alimentar. Nosotros, como titulares del derecho a la alimentación, no tenemos derecho a ser alimentados: tenemos derecho a ejercer nuestra alimentación con libertad y autodeterminación, a través de nuestros propios medios. La obligación del Estado es fomentar, respetar y regular para que esto suceda de la mejor forma, garantizando fuentes de trabajo, salarios dignos y consistente con la necesidades, un mercado de alimentos sano e integrado, y promoviendo la producción de alimentos.
Esa misión del Estado pasó a un segundo plano. El Estado prefirió convertirse en un vendedor de alimentos subsidiados a la gente pobre. La otra función del Estado, en la que sí debería centrarse en alimentar a los ciudadanos, es en la de aquellos ciudadanos que están en situación de dependencia y que, por su situación, no pueden alimentarse por sí mismos. Me refiero a la población que está en centros penitenciarios, en hospitales, a las personas en situación de calle. En Venezuela se invirtieron las cosas. El Estado está alimentando al grueso de la población y dejado muy mal alimentada a la población que sí está en situación de dependencia y que sí está bajo su tutela y su cuidado, y están pasando por situaciones horribles. Es una gran paradoja.
Por eso no puedo dar una sugerencia para que la bolsa sea mejor, porque la bolsa no debería existir de ninguna manera. Es inmejorable como programa alimentario porque nunca ha tenido un objetivo alimentario.
Lo que sí se pudiera hacer, desde el punto de vista del Estado, es reactivar servicios para la distribución de alimentos especialmente formulados con fines nutricionales a grupos de población vulnerable. El mejor ejemplo era el control del niño sano. En esos servicios, cuando se detectaba que el niño se alejaba de un estado nutricional normal, se le asignaba una ración de Lactovisoy, que hoy podría ser una ración de Nutrichicha u otro alimento fortificado, por ejemplo. Pero eso dejó de existir, porque no genera votos, ni ningún tipo de retorno político.
Susana Rafalli retratada por Andrés Kerese (entrevista en Prodavinci, 15/09/2019)
—¿Cuál es la relación del contenido de estas bolsas con la desnutrición registrada en Venezuela durante los últimos años?
—No hay ninguna relación que yo pueda decir que es directa. Lo que sí se puede decir es que la bolsa CLAP, desde el punto de vista nutricional, es un conjunto de alimentos de una gran pobreza en cuanto a su aporte de nutrientes esenciales. Principalmente de proteínas de alto valor biológico y de alta calidad. Son deficitarias en hierro, en vitamina A y en nutrientes funcionales que, sobre todo, los niños y mujeres embarazadas requieren para cubrir sus necesidades de nutrición básica. Es un conjunto de alimentos, con una altísima proporción de carbohidratos vacíos, que no aportan otra cosa que energía.
Al final, las personas que están alimentándose de esto, comen y esto les amortigua el hambre. Entonces, esta población no tiene hambre ni está en estado de delgadez (que es la desnutrición aguda) se va conduciendo a dos tipos de desnutrición que no son evidentes, sino hasta que se manifiestan sus síntomas. Me refiero al hambre oculta, como por ejemplo la anemia. Unicef, en su último Estado Mundial de la Infancia, y FAO, en su último informe sobre la Situación de Seguridad Alimentaria en el Mundo, reportan que en Venezuela, el 30% de las mujeres en edad reproductiva viven con anemia. Esos significa que estas mujeres viven sin hambre porque consumen los alimentos de la bolsa CLAP, pero estos no tienen hierro.
Lo mismo pasa con los niños. Para crecer de forma armónica, desarrollar sus habilidades cognitivas, no necesitan solamente caloría y proteínas: necesitan nutrientes funcionales, como el fósforo, el magnesio, el zinc, el hierro. Estos se obtienen de proteínas de muy alta calidad, en los huevos, las leguminosas, la leche, las frutas. O se adquiere fortificando alimentos de alto consumo, que es el caso de la harina de maíz, por ejemplo.
El segundo tipo de desnutrición que puede surgir es el retraso del crecimiento. Un niño que no recibe suficientes nutrientes funcionales, puede pasar su infancia sin nunca verse delgado, sin siquiera tener hambre, pero no gana la estatura que necesita, y esto es reflejo de que no gana las terminaciones nerviosas, la masa cerebral, las habilidades cognitivas y motoras que él necesita durante toda su vida.
Yo estoy convencida de que haber mantenido por tantos años a la población dependiendo de un grupo de alimentos con tan pobre valor nutricional como las bolsas CLAP, y con un salario tan pobre para poder acceder a alimentos buenos, está relacionado con la falla que hay en el crecimiento. Y lo digo con cifras en la mano: aproximadamente, entre el 25% y el 30% de los niños que vienen a los servicios de nutrición que tenemos, están viniendo con talla baja, es decir, con retraso en su crecimiento lineal. De ese porcentaje, el 80% no tiene hambre ni están delgados, pero son niños que se quedaron chiquitos. Son hijos del mal comer, el mal comer de una bolsa que nunca ha tenido un valor nutricional completo, con excepción de los último meses en los que se incluyó la Nutrichicha, que es un alimento fortificado, pero en una cantidad irrisoria, que no alcanza para cubir ni siquiera la cantidad de bebida nutricional que estos niños deberían recibir en un par de días.
—¿Cómo afecta al organismo el consumo de carnes ultraprocesadas contenidas en estas bolsas?
—Estos alimentos pueden conducir a trastornos de alimentación importantes. El primero es que, sobre todo cuando son de origen animal, tienen un alto contenido de grasas saturadas, que provocan enfermedades como sobrepeso, aumento del colesterol y otras hiperlipidemias y, por esa vía, el aumento de enfermedades cardiovasculares asociadas con la aterosclerosis y con el aumento de la presión arterial. En general, llevan un altísimo contenido de sodio para su conservación, y eso se asocia a una predisposición a la hipertensión arterial, y algunas de las formas de sodio que llevan estos alimentos, como son los nitritos y los nitratos, se han asociado a varios tipos de cáncer.
Por otra parte, el segundo gran grupo de enfermedades relacionadas con estos alimentos, están vinculadas con los muchos preservantes que se utilizan en estos alimentos, como algunos emulsificantes, que acondicionan la grasa y hacen que el alimento se mantenga compacto. Esto altera, de sobremanera, la biota intestinal, y ahora mismo sobra evidencia de que esto se relaciona con múltiples trastornos neurológicos. Por ejemplo, se relacionan con la desnutrición infantil y alteraciones metabólicas generalizadas. No es te vas a comer un Diablitos y vas a desarrollar todo eso, pero mantener un consumo constante de esto y pretender que la fuente de proteína animal de todo un pueblo sean unas carnes enlatadas es un antitestimonio de una política pública alimentaria.
Esto no solo asombra, sino que va a tener consecuencias a futuro, desde el punto de vista sanitario. El aumento de la obesidad y de las enfermedades cardiovasculares que se están gestando en torno a la venta masiva de alimentos de mala calidad por parte del Estado, es pavoroso. Se ha comprobado que el costo por salud de una persona adulta, por las enfermedades que tiene, le puede costar al Estado y al sistema de salud pública hasta un 60% más, cuando en sus primeros años de vida, a esta persona se le incentiva a comer mal.
Desde el propio Estado se desmoviliza el esfuerzo enorme que hicieron profesionales desde el Instituto Nacional de Nutrición para promover una alimentación saludable. El foco de la campaña 4S del INN, es exactamente lo contrario a lo que promueve el presidente Maduro mandando a meter carne enlatada y sal en los CLAP. Es una política alimentaria desintegrada, que se contradice a sí misma.
—¿Cuánto tiempo e inversión requeriría llevar la nutrición de las familias venezolanas a un estado óptimo? ¿Qué otros factores son fundamentales?
—Puede ser muy largo o muy corto. Puede ser tan corto como subirle el salario a las familias y dejarlas que compren lo que quieran comer. Pero para que sea posible hay que garantizar el abastecimiento nacional. Hay un indicador de la FAO que habla del porcentaje de la población en situación de hambre potencial. En Venezuela, ese porcentaje de población subalimentada es del 19%. Esto no se refiere a consumo o estado nutricional, se refiere a la cantidad de gente que se quedaría sin comer si los alimentos distribuidos en el país se repartieran en partes iguales. Es decir, es la capacidad que tiene el Estado para alimentar a su pueblo, a partir de la producción de alimentos. En 2017 esto superó el 30%. Ni siquiera con plata, los alimentos alcanzarían para todos.
Rescatar tierras baldías y el parque agrícola, restaurar ganado y pesca, y un montón de cosas, hecho es fases, tomaría dos o tres años restablecer los niveles de desempeño del sistema alimentario en 1990.
Desde el punto de vista nutricional, sería rápido si se subsidiara la proteína de origen animal y se entregaran cestatickets que solo fueran, por ejemplo, intercambiables por proteína, aumentando la oferta de este tipo de alimentos y de alimentos fortificados. Haciéndolo en las clínicas de control de niño sano y en las de control prenatal. Ya con eso garantizaríamos un mejor estado nutricional para la desnutrición aguda.
Sin embargo, la desnutrición que se manifiesta por una retraso en el crecimiento de los niños, eso no se corrige ni siquiera en esta generación, porque la talla no se recupera tan fácilmente. La talla se deja de acumular en el período que tenías para crecer. Si en ese período, te la pasaste comiendo arroz y pasta y grasa, ya no creciste. Algunos niños, y sería muy excepcional, que lleguen a su pubertad en un ambiente perfecto: agua potable, vacunas, alimentos de altísima calidad, familias bien constituidas, pueden tener cierta recuperación de su estatura.
Pero, en general, no es lo que pasa. Desde 2014, los niños han crecido con un déficit: las niñas llegan a sus cinco años, con 8 centímetros menos que los de una niña bien alimentada; en el niño son 5 centímetros. Se quedan chiquitos, pero el país en el que crecen también les quedó chiquito. Para que eso se revierta, tenemos que esperar que nazca el próximo grupo de niños, nacidos de mujeres que cursen su embarazo comiendo bien, que se embaracen con suficiente edad, que tengan accesos a vitaminas prenatales y suplementos nutricionales. Y esos niños tienen que pasar su primeros 1.000 días de vida con su esquema de vacunación completo, sin enfermedad, con acceso a suplementos nutricionales. Que pasen su infancia en hogares donde se pueda comer bien.
Esto no es lo que está pasando ahora. Esta es una privación nutricional activa, acumulativa y continua. La estimación es que haciendo bien las cosas, haciendo muy muy bien las cosas, la cifra de niños con retraso en el crecimiento tomaría, aproximadamente, unos 20 años bajarla a los niveles que teníamos en 1999.
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