¿El malestar es la nueva fuerza que está moviendo a la política en todo el planeta? ¿Hay espacio para la moderación? ¿Y el caso Venezuela cómo queda? De todo un poco hablamos con el analista Damián Alifa
Si conociste a Javier Milei por esos videos virales que te mandaba un amigo anticomunista, y ahora lo ves convertido en presidente electo de Argentina, sientes que algo está cambiando. Si la única referencia que tenías hace unos años de El Salvador era el Frente Farabundo Martí, y ahora ves ese país gobernado por un supuesto modelo de eficiencia, mano dura y popularidad hasta en tus grupos de WhatsApp, empieza a parecerse a un sismo de tus certezas. "El miedo al futuro y el desarraigo alimentan ese descontento al que los ultras ponen nombre: la estafa climática, los migrantes, la traición", leemos en El País de España sobre el crecimiento de la ultraderecha en Europa, que merece toda una lectura aparte (te recomendamos también el especial sobre los liderazgos emergentes de Latinoamérica, advirtiéndote que es contenido sujeto a limitaciones de suscripción). Las nuevas corrientes políticas "prosperan en un clima en el que la misma idea de futuro parece cancelada, donde todo es distópico, catastrófico" (Pablo Stefanoni, periodista argentino)
La antipolítica, un modo de hacer política, parece estar dando la hora. En su día de cumpleaños (28 de noviembre), gentilmente nos atendió Damián Alifa, sociólogo y analista político.
—Cuando un candidato se presenta bajo la fórmula de que ya no existen la derecha ni la izquierda, sino la eficiencia, y de que es necesario de algún modo "enterrar" a la clase política tradicional... ¿Es una primera razón para desconfiar? ¿O responde en efecto a una nueva realidad?
—Lo ideal es que todo discurso público sea examinado con sentido crítico. Esto implica revisar en qué contexto circulan esos discursos, cómo funcionan internamente y cómo son interpretados por sus diferentes receptores. Ahora bien, en los contextos de alto malestar social, desprestigio de los políticos tradicionales y de las formas de representación dadas, es bastante común la emergencia de liderazgos que se presentan a sí mismos desde un "afuera de la política". Generalmente en estos discursos se refuerzan las percepciones negativas sobre la política, argumentando que se trata de un espacio lleno de corrupción, inservible, causante de todos los males que sufren los ciudadanos y se presenta el "afuera de la política" como un lugar de pureza, de objetivos nobles, que tiene que emerger para "salvar" a la nación. En el caso de caudillos militares, se presenta la vida de los cuarteles como algo ajeno a las perversiones políticas y los hombres de armas como superiores moralmente a los hombres de política. En otros casos, como el de los tecnócratas, pues es el mundo de la ciencia y de la técnica la que se presenta no solo como superior moralmente a la política, sino capaz de cerrar interminables debates políticos en nombre de la ciencia. La idea del "fin de las ideologías" responde mucho a esta última perspectiva. El problema es, que el espacio político es un espacio de confrontación de ideas, de posiciones éticas, de cosmovisiones que en principio no pueden clausurarse tan fácilmente, porque no hay una verdad en estos asuntos. La sociedad va construyendo consensos y reabriendo debates permanentemente sobre una infinidad de temas.
—La figura de Bukele en El Salvador es muy controversial, pero al parecer su gestión tiene una alta aprobación.. A esta altura, ya podemos empezar a evaluar la gestión a estos liderazgos que se han presentado como alternativas a los partidos tradicionales?
—El problema de hacer "balances de gestiones" es determinar los objetivos de la gestión. Para qué y para quiénes se hace gestión y cuáles deben ser los horizontes y las prioridades de una gestión, y aquí entran los dilemas éticos de la política. Hay regímenes autoritarios que han logrado importantes márgenes de crecimiento económico, no obstante, han sacrificado libertades y derechos ciudadanos. Hay, por otro lado, democracias con perspectivas garantistas y abiertas que, en determinados contextos, han entrado en crisis económica y se han mostrado incapaces de atender efectivamente demandas sociales vitales. ¿Cuáles son los peligros a largo plazo que implica que un Estado relativice los DDHH o que un presidente concentre el poder absoluto? Son las dudas que se abren en el caso de Bukele.
—¿Y María Corina Machado? ¿Entra en alguna parte dentro de este esquema, aunque no es precisamente un liderazgo que emergió de un día para otro? Curiosamente, su narrativa política reciente parece bastante moderada.
—María Corina coincide con otras referencias que hemos tratado en tanto que parte de ubicarse en un "afuera de la política", con cierta hostilidad en este caso hacia el resto de los sectores de oposición. También coincide en esto de partir en dos la escena política, la "Venezuela decente" frente al "régimen corrupto y sus cómplices", eso que ella ha llamado una "lucha espiritual" e incluso ha llegado de decir explícitamente que se trata de una "lucha del Bien contra el Mal". Es así como MCM habla desde un lugar de cierta pureza, cierta asepsia frente a la dinámica política de estos últimos veinte años (incluyendo a la dirigencia de la oposición en ese periodo) a pesar de que ella tiene una dilatada trayectoria política. Es un discurso que intenta romper con los errores pasados de la oposición, además presentándolos no como errores de cálculo, sino como flaqueza ética y a juzgar por los resultados de las primarias, pues habría que decir que es un discurso que le está funcionando.
—¿Qué percibes en Milei con respecto al contexto argentino? ¿Es siempre la misma receta reaccionaria o ves algún elemento novedoso?
—Asi como la TV produjo el fenómeno de los telepolíticos, es decir, ya no oradores exclusivos de mítines en plazas y calles, sino también oradores programas de TV, que adaptaron sus discursos a los formatos televisivos —incluso su irrupción en la escena pública estuvo determinada por la TV—, así hay hoy políticos nacidos desde los formatos y esquemas de redes sociales. Milei es un outsider que pasó de espacios radicalizados de redes sociales a ser una figura central de la política argentina, un poco cabalgando sobre la crisis económica sostenida que vive ese país, el desgaste del kirchnerismo, el fracaso de Macri como alternativa antiperonista y todo eso confluyó en su ascenso. Ese vacío fue llenándose con un discurso de furia, de frustración e incluso de venganza hacia los políticos promovido por Milei.
Ahora bien, hoy Milei llega al poder en una alianza con Macri, comienza a moderar su discurso significativamente y toca ver qué tanto de lo que prometió lo va a poder cumplir realmente. Muchas veces estos líderes son estridentes cuando se encuentran en los márgenes de la política, proponen cosas muy extremas como "soluciones" a problemas complejos, pero cuando llegan al poder terminan frenando y moderando sus discursos iniciales.
—Fenómenos como Milei y otros parecen responder a un profundo malestar social. En teoría, la clase política tradicional "olvidó" a sus electores. ¿Cómo se recompone ese vínculo? ¿O invenciones como las redes sociales rompieron para siempre con una lógica política tradicional?
—Hay muchísimos debates sobre qué factores promueven la emergencia de ese tipo de liderazgos. Uno de los rasgos más interesantes que se han encontrado en los estudios de comunidades altamente fidelizadas a liderazgos como los de Milei (o Vox en España) es la presencia juvenil y mayoritariamente masculina. Por ello, se ha interpretado que, más allá de las condiciones particulares y locales de surgimiento de estos liderazgos, hay algunas tendencias globales, la precarización del trabajo juvenil, la ausencia de vínculos laborales estables, la imposibilidad de realizar proyectos de vida a partir del trabajo, junto con un mundo de valores en discusión, con ideas cambiantes sobre género, sobre la sexualidad, sobre el lugar de la mujer. La emergencia de minorías, en general, ha generado en estos sectores altísimos niveles de frustración, miedo y búsqueda de certezas. Todo esto amplificado además por los formatos de redes sociales, poco proclives a la argumentación extendida, a la discusión sosegada, sino más bien vehículos para la exaltación y la indignación permanente. Se van convirtiendo en caldo de cultivo para liderazgos que cabalguen sobre la furia de estos sectores.
—Solemos ver las elecciones como un ganar/ganar. Pero sigue habiendo gente que no votó por Milei. Biden pudo con Trump en 2020. Sigue existiendo un voto moderado que gana elecciones en otras partes. ¿Se nos suele escapar eso en el análisis de los fenómenos de la antipolítica?
—Ha habido ciertas coaliciones defensivas —por llamarlas de alguna manera— en las que, a partir de amplios consensos, se busca frenar a liderazgos radicalizados. El caso de Biden, como tú bien señalas, es un buen ejemplo. Biden pactó con Sanders y todo el llamado Caucus dentro del partido demócrata, pero también pactó con sectores republicanos tradicionales que veían en Trump una amenaza. Aunado a esto, la coalición buscó respaldo de grupos sociales que se sentían vulnerables ante un nuevo ascenso de Trump: minorías "raciales", grupos feministas, movimientos universitarios, minorías religiosas. Esto fue clave para la victoria de Biden en EEUU y, salvando las distancias, también lo fue en la victoria de Lula en Brasil. La desventaja de estos gobiernos de amplio consenso es que pueden perder mucho margen de acción al mantener los equilibrios dentro de una coalición de fuerzas con maneras de ver las cosas tan diferentes. Ante distintas presiones, pueden terminar mostrándose poco resolutivos. En todo caso, han representado, en muchas oportunidades, diques de contención electoral a este tipo de fenómenos.
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