«En unos meses tendré el infinito privilegio de ser la primera doctora en astronomía formada en Colombia»
En los últimos años siento que los venezolanos hemos sido el producto de exportación por excelencia de nuestro país. Me atrevería a decir que todos los venezolanos tenemos al menos algún familiar cercano que ha tomado la decisión de volver a empezar en otras latitudes. Por eso, aunque lo que voy a contar no será inédito para ustedes, quiero compartir un pedazo de mi historia como migrante científica: soy Maria Gracia Batista, física, astrónoma, pero especialmente venezolana.
Nací en Valencia, en un hogar donde ya me esperaban tres hermanos mayores a quienes mi papá ya había previamente adoctrinado para cuidar a “la niña” (apodo que aun me acompaña a pesar de mi tercio de siglo de edad). Como un ejemplo de su nivel de influencia, todos en la casa somos fieles seguidores de los (gloriosos) Leones del Caracas a pesar de haber nacido y vivido siempre en Valencia. Es decir, desde mi infancia he estado en alguna medida en contra de la corriente. Estudié en un colegio católico llamado Nuestra Señora de Lourdes, desde mis 3 años hasta que salí de bachillerato. Cada uno de los miembros de mi familia son muy diferentes entre sí, pero las huellas que en conjunto han dejado en mí han hecho que este producto de exportación tenga un sello especial.
Mi papá, un padre amoroso, conservador y trabajador me inspiró a estudiar lo que fuera que me hiciera feliz. Mi mamá era la fuente inagotable de energía en la casa, capaz de mantener el orden dentro del caos de seis universos diferentes bajo un mismo techo. A ella sus hermanas la apodaban “La bella”, así que la estética, los modales y la cortesía siempre fueron su insignia. A mi me llamaron Maria Gracia por una famosa actriz italiana llamada Maria Grazia Bianchi y, aunque no tengo pruebas, no tengo dudas que esa Z de diferencia impidió que sacara los rasgos y habilidades para volverme famosa como ella. Mis tres hermanos decidieron estudiar Ingeniería (Sistemas, Civil y Electrónica respectivamente) pero mi profesor de física en bachillerato me hizo pensar en un plan diferente: estudiar Física pura. Naturalmente lo veía utópico, pero me sentí alentada a intentarlo por los resultados de mi prueba de CNU y lo que había investigado que hacían este tipo de científicos.
Tuve el privilegio de estudiar en la Facultad de Ciencias y Tecnología (FACYT) de la Universidad de Carabobo. Fueron 5 años en los que pude identificar una pasión académica, la óptica, para entender, entre otras cosas, el funcionamiento y diseño de láseres, espejos y lentes. Terminé mi carrera con dos grandes logros, diseñar un microscopio holográfico digital y ser el mejor promedio de mi promoción. Antes de sacar mi título, ya tenía aceptada una beca en el Centro de Investigaciones en Astronomía (CIDA) en Mérida para hacer mi maestría en Física, con énfasis en instrumentación astronómica.
Esa etapa ha sido de las mejores de mi vida, hasta ahora. Tuve la oportunidad de formarme como observadora profesional, de aprender del mejor diseñador óptico que conozco (Franco Della Prugna), de hacer mi primera estancia internacional para avanzar en mi tesis y de codearme con la élite astronómica del país.
«Quiero compartir un pedazo de mi historia como migrante científica: soy Maria Gracia Batista, física, astrónoma, pero especialmente venezolana»
En octubre de 2015, justo cuando terminé mi maestría y me encontraba en la tarea de decidir dónde hacer mi doctorado, ocurrió un hecho que cambió mi vida para siempre: secuestraron a mi papá. Debido a que fui el puente de contacto para recuperarlo, mis padres tomaron unilateralmente la decisión de catapultarme a Panamá, donde estaba uno de mis hermanos mayores. Estando allá, me dieron la oportunidad de trabajar sacando copias para un prestigioso concesionario de carros. Acepté el trabajo y apliqué cual mantra en mi vida el concepto de resiliencia.
Eventualmente recibí un correo de una de las astrónomas del CIDA comunicando una vacante para coordinar el Observatorio Astronómico de una universidad en Colombia. Hubo dos cosas que me preocuparon, no tenía familia en ese país y la oferta era tan buena que se comparaba como cuando te escribe tu adinerado tío de Dubai para dejarte su herencia. Decidí hacer caso omiso a mis miedos, apliqué y para mi sorpresa me volvieron a contactar para empezar el ciclo de entrevistas. El resumen: tres meses después empecé a trabajar en la Universidad de Los Andes, en la hermosa ciudad de Bogotá.
De toda la ropa pensada para el calor panameño que en su momento me llevé, sobrevivió una maleta con ropa para el frío bogotano. Los primeros meses iba casi uniformada al trabajo pero con la energía y el ánimo exacerbados por la alegría de poder ejercer mi profesión. En todo el proceso de las entrevistas, de legalización en el país y en los 7 años recién cumplidos que ya tengo en esta ciudad, nunca he sufrido un acto de xenofobia. Claro, así como en los casos de acoso, no por que no me pase no implica que no ocurran. También he notado el muy bajo número de colegas femeninas en mi área. Sin embargo, ha sido notable el esfuerzo de la comunidad científica colombiana por fomentar la enseñanza de la ciencia en los colegios y la inclusión de las niñas y mujeres en todas las áreas STEM (Science, Technology, Engineering and Math).
«Ojalá la suma de todas nuestras decisiones diarias resulte en una huella favorable que permita fomentar la correlación de venezolanidad con alegría, respeto, ética, trabajo y honor»
Con el paso del tiempo he perdido mi acento valenciano, pero nunca el amor hacia mi origen, mi país. Además de la coordinación del Observatorio Astronómico de la Universidad privada más prestigiosa del país, también tuve el honor de ser la primera profesora mujer del Observatorio Astronómico de la Universidad Nacional de Colombia y en unos meses, al terminar mi doctorado en astronomía, tendré el infinito privilegio de ser la primera doctora en astronomía formada en Colombia. Todo esto quisiera usarlo como estandarte para mostrar que independientemente de nuestro origen, género y dificultades parciales en nuestro presente, la perseverancia, la disciplina, la ética y el amor por lo que uno decidió estudiar son los pilares fundamentales que, al menos para mí, me han servido para tener el mayor logro de mi vida: que paguen por hacer algo que me encanta tanto que lo haría hasta gratis.
Al llegar a Panamá, mi hermano me dijo algo que siempre recordaré “migrar es cambiar unos problemas por otros”. No todos los que se van son exitosos y adinerados, pero sí todos los que tomamos la decisión de irnos somos miniembajadores de nuestro país. Con nuestras pequeñas acciones afectamos nuestra burbuja de influencia local en la que vivimos. Ojalá la suma de todas nuestras decisiones diarias resulte en una huella favorable que permita fomentar la correlación de venezolanidad con alegría, respeto, ética, trabajo y honor. Por lo pronto, esta venezolana seguirá observando y apuntando a las estrellas, dispuesta a enseñar y compartir lo poco o mucho que la vida me ha entregado.
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