Éramos niños: por sugerencia de una maestra, un hermano, mamá, o La Providencia, cayó en nuestras manos nuestro primer libro. Leímos y soñamos, reímos y lloramos. Probablemente no lo olvidamos. Ese día, encontramos en un espacio externo a nuestra cabecita un montón de letras que nos contaban el mundo afuera y adentro. Y ese recuerdo quedó atado a nuestras memorias. Conversamos sobre este primer amor con Mireya Tabuas, escritora, periodista y profesora universitaria venezolana viviendo en Chile, autora de siete libros de literatura infantil:
📚 El pequeño lector “imaginario”
Como autora, no diferencio la literatura dirigida al público infantil y juvenil, de la dirigida al público adulto. Me estoy refiriendo a la calidad. Es decir, no creo en literatura "mayor" y "menor". Y hago énfasis en la palabra literatura, porque creo que es lo primero que hay que remarcar. Ahora bien, una cosa es hablar de "libros para niños" y otra muy distinta es hablar de "literatura para niños". Creo que esa diferencia es fundamental.
Publicaciones dirigidas al mundo infantil hay muchas: algunas tienen una función casi estrictamente didáctica, recreativa y comercial, pero no hay una búsqueda mayor por parte del autor. Esos son libros para niños pero no son literatura. Como tal, la literatura infantil y juvenil tiene una búsqueda estética y de sentido, tiene profundidad y la maravillosa virtud de que puede ser leída por niños y adultos y ser disfrutada por ambos grupos de edades. Es una literatura que tiene, si se quiere, capas. Su sencillez es aparente; es sencilla pero no simple.
No sé si me explico. Pero a lo que vamos... ¿Diferencias entre el tipo de escritura? Sí las puede haber en relación a temas, seguramente, en relación a intereses, seguramente, en relación a complejidad lingüística, seguramente. Pero tampoco toda la literatura "para adultos" es compleja, ni toda ella tiene una temática que un niño no pueda leer (conozco niños que desde pequeños leyeron libros "de grandes").
Como escritora suelo tener un lector imaginario, ese otro al que le cuento la historia. En mi caso puedo diferenciar emocional y narrativamente cuándo le escribo a un adulto y cuándo a un niño. No te voy a hablar de una técnica específica para cada uno de estos públicos. Es más bien —en mi caso, insisto— algo intuitivo. Hay tejidos del texto, en estructura, en lenguaje, que no suelo emplear en mi literatura infantil, aunque a veces cuelo alguno de ellos. Hay, además, temas que intuyo tampoco le gustarán a los niños y niñas. Entonces mi respuesta sería esa: mi lector imaginario me guía.
📚 Dos cucharadas de complicidad
En literatura no me gusta dar recetas, porque la literatura es más compleja y difícil de reducir a tips. Para hacer una torta puedes seguir las instrucciones al pie de la letra y la torta te va a quedar tal cual, pero eso no pasa en el mundo de los libros. Ambas podemos echarle una taza de azúcar al cuento y el cuento no nos quedará igual de dulce. Sin embargo, y aunque pareciera que me contradigo, creo que hay varios elementos que acercan a un niño a la lectura: uno de ellos es el humor; otro es la aventura, otro más es el lenguaje.
Por ejemplo, a los niños más chiquitos les gustan mucho los juegos de palabras; a los preadolescentes les encanta cierta irreverencia, ver reflejados los sinsabores de su edad... ¿Por qué tenemos un libro de la infancia que no olvidamos? Porque la buena literatura infantil —y yo extendería eso a otras artes— es cómplice, nos revela verdades del mundo y de nosotros, llega a un lugar de tu alma de una manera profunda e imborrable. Por eso ese libro favorito de infancia siempre nos va a acompañar y quizás, de vez en cuando, volvemos a él (o preferimos dejarlo intacto en nuestro recuerdo).
📚 Picardía (y la vida misma) para llevar
Todos esos cuentos clásicos, por ejemplo, los de los hermanos Grimm o Hans Christian Andersen, han influido en la literatura infantil latinoamericana, pero hay otras influencias también. Se ha estudiado que la figura del pícaro es muy común en nuestra literatura para niños, y el mejor ejemplo aquí es Tío Tigre y Tío Conejo, personajes de la narrativa infantil venezolana, que además están asentados (con sus diferencias) en otros países de Latinoamérica y que también vienen de la tradición africana y de la picaresca española.
Tenemos también nuestros clásicos basados en relatos orales de los pueblos indígenas (y en eso editorial Ekaré es un referente importante). Hay otros personajes populares, como el niño de la calle y el niño trabajador, que ya forman parte de nuestro imaginario literario. El mejor ejemplo es el cuento "De cómo Panchito Mandefuá cenó con el niño Jesús", de José Rafael Pocaterra, originalmente publicado en la segunda década del siglo XX (es decir, hace cien años) en un libro de cuentos para adultos ("Cuentos grotescos"), pero que fue adoptado por la literatura infantil.
📚 Espacios que nacen
La verdad es que desconozco un poco el panorama actual de las ediciones para niños en nuestro país, porque muchas editoriales de libro infantil dejaron de existir (como el caso de Camelia) o de publicar en Venezuela (como Ekaré que creo que ya solo publica en el exterior). Aunque están empezando a nacer nuevas editoriales dentro del país, como Ediciones Curiara, por ejemplo. Además, venezolanos en el exterior están llevando a cabo tremendos proyectos editoriales para niños, como el caso de María Fernanda Paz Castillo y su editorial Cataplum, en Colombia, que se acaba de ganar el premio a la mejor editorial para niños de Latinoamérica y el Caribe, en el Festival de Bologna.
En Miami, Alliteration, editorial de venezolanos que hasta ahora había publicado libros para adultos, empezó una colección infantil y allí publicaron mi libro "La cabeza de Tomás", ilustrado por Yonel Hernández. Además, creo que se abre otro panorama, aunque muchos le temen o reniegan de él: es el de las ediciones digitales.
Creo que lo importante es hallar lectores y hay que buscar los modos de llegar a ellos. Por ejemplo, en pandemia, creé una serie de libros digitales llamada "Cuentos sin corona". Lo hice para ayudar a padres y maestros a que tuvieran materiales en esos meses sin salir de casa, esos meses de educación virtual. Pues resulta que en muchas escuelas en Venezuela, y algunas en Chile, aún se leen esos cuentos y han servido de compañía a muchos niños, niñas, adolescentes, sus familias y escuelas.
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