Calton Hill (Edimburgo) no es una ruina romana, sino un monumento a los soldados escoceses caídos en las guerras napoleónicas, pero allí el venezolano Gianni Mastrangioli se puso su kilt (falda) para combinar con la llamada "Atenas del Norte"
Por Gianni Mastrangioli Salazar (*)
Un día cualquiera de la semana pasada.
Mi hermana está demasiado concentrada en su teléfono celular; tanto, que ignora que está en el segundo piso de un local de Burger King, ubicado en la avenida principal de Edimburgo. Tan concentrada está, que ignora la presencia de una señora de delantal y guantes manchados de salsa que está allí parada, mirándola, mientras sostiene la bandeja con el pedido.
—¿Order 72?
—Yes, please.
Unas papas medianas, un refresco de cero calorías y otros productos son colocados sobre la mesa. La señora los acomoda con una monotonía parecida al acto de revisar el teléfono celular, como ignorando aquello que, al igual que los muros de las redes sociales, ya no sorprende: los contactos de siempre, los menús de siempre; la rutina que se concatena a través de una realidad más bien titubeante.
Pero no. De pronto hay un elemento que desencaja en la escena de segundo piso y que romperá, para desasosiego de mi hermana y de la señora, el hábito autoinducido de desinteresarse por las sorpresas.
—Esa chapa de Venezuela, ¿es suya?—, pregunta la señora, señalando con el dedo el bolso que carga mi hermana.
—Sí, es mía. Yo soy de allá.
—¡Ay, y yo, mija!
Mi hermana despega los dedos del teléfono celular. Escucha con atención.
—Disculpa, no quiero interrumpirte la comida. Es que no he visto a ningún venezolano en meses. ¿Te importa si intercambiamos número? Aquí estoy sola, y a mi edad, necesito hablar con alguien.
—Sí, sí, claro. Yo le digo a mi hermano y salimos los tres.
La señora anota su número en una servilleta. No obstante, apenas va a escribir su nombre, la llaman del piso de abajo y tiene que irse. El escenario regresa al status quo del inicio. Las papas medianas, el teléfono celular, las órdenes que deben servirse. La fatiga de no hallarse en esa reglamentación de ideas.
Mi hermana guarda el número en su lista de contactos. "Señora Burger King", le pone.
Otro día cualquiera de la semana pasada
La cola para comprar el café con leche en el local Nero, ubicado en el centro de Edimburgo, no se mueve. Mi hermana se percata de que el retraso es ocasionado por el hombre que está delante de ella, el cual escupe un inglés considerablemente roto. La cajera trata de tomar el pedido, intentando decodificar las señales del cliente. Ropa desteñida, unos zapatos que se ve han recorrido bastante. Mi hermana lo observa desde atrás. El hombre tiene aspecto de dormir al aire libre.
"Coño de la madre", murmura el hombre. Mi hermana, perpleja, le toca un hombro.
—Disculpe, ¿qué acaba de decir?
—¿Cómo que qué acabo de decir? ¡Oh! ¿Hablas español?
—Sí, soy venezolana.
—¡Yo también! ¡Coño! ¿Podrías ayudarme? Intento explicarle que si me podría regalar un café. No tengo plata y tengo frío. Tampoco sé inglés.
—No se preocupe. Yo pago por los dos.
—Ay, gracias, gracias. Dios te lo multiplique. Yo ahora me encuentro en situación de calle, pero te lo juro que un día nos veremos de nuevo y seré yo quien te lo brinde.
...
—Y pensar que nosotros vivimos en Edimburgo y es pelúo llegar hasta acá—, le respondo a mi hermana, en plena cena.
—Una vaina es oírlo en las noticias y otra, vivirlo con tus propios ojos.
—Es arrecho—, contesto.
—Muy arrecho.
(*) historiador y profesor de idiomas. Venezolano en Escocia
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