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Irene sol, Ámbar luna ☀️🌙




Mi período de seis años de vida transcurrió entre junio de 1981 y 1982. Estaba gobernando Luis Herrera, que popularizó la prenda del safari (yo también lo lucí), el refranero llanero y los torontos. No sé si será recordado como un buen presidente, pero sí como uno de los más divertidos. Era copeyano, igual que mi familia, lo que entonces equivalía a decir que éramos un hogar católico, conservador y de sólidos valores.


Justo enfrente de nuestra vivienda, una casona vieja de tres pisos en San José del Ávila (Caracas), había una sede parroquial de Acción Democrática. Sucursal del bochinche, que sonaba parecido a Lusinchi. Recuerdo ver a mi abuela paterna, una señora portuguesa de armas tomar, amenazando a los adecos desde el balcón con la lengua afuera. Dos símbolos femeninos contrapuestos: Irene Sáez, rubia sol, Miss Universo 1981, la Barbie intachable. María Conchita Alonso, morena luna y hembra perturbadora, al igual que la Mujer Maravilla. Luis Herrera había tomado medidas contra la publicidad de cigarro y licor y los contenidos explícitos en TV, y cada una de las apariciones de María Conchita cantando sensualmente Baby, baby —con el seudónimo Ámbar— sembraba el terror por sus escotes y transparencias.


Poco antes de mi cumpleaños 7, comenzó España 1982: por primera vez tuve conciencia real de un Mundial de fútbol, que desde entonces y hasta ahora se convirtió en el evento alrededor del que gira mi vida e inmadurez crónica. De lo que no tenía conciencia era de que la Unión Soviética (uno de los equipos) era un totalitarismo terrible: me evoco jugando fútbol conmigo mismo con una pelota hecha de bolsas de plástico y cinta teipe, vistiendo una franela blanca en la que había escrito con marcador rojo las mágicas siglas CCCP. El castillo medieval de Fisher Price era otro bastión de mi infancia solitaria, en la que la visión más temida era el arroz con pollo del Día de la Alimentación (he sido vegetariano y mañoso para comer desde que tengo uso de razón).


A pesar de la orientación ideológica de mi hogar, era habitual que sonaran las canciones de protesta de Alí Primera (1945-1981), a quien recuerdo como un cantautor sublime, más allá de su orientación "ñángara". Quizás un recordatorio de que no todo estaba bien, a pesar de que en casa jamás pasamos necesidad. Hablando de junio, otro patrón de mi existencia: Yordano se convirtió en la banda sonora de mi primer despecho, una niña del colegio llamada Lida Margarita. Hoy es una mujer en EEUU hecha y derecha, que me llena de orgullo, como todas las mujeres a las que he amado sin remedio ni correspondencia.


(*) Periodista de la vida e integrante del Budare desde 2017

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