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La Argentina de Javier Milei: mes uno

Redacción

La intervención de Milei en el Foro de Davos (miércoles 17 de enero) fue desconcertante, por llamarla de alguna manera. Foto: Reuters


Antes de las elecciones presidenciales en Argentina, lo común entre los analistas era la incertidumbre cuando se intentaba imaginar un gobierno de Javier Milei. No solo porque se desconocía, para entonces, si era capaz o no de hacer lo que proponía en campaña; sino también porque su candidatura surgió en un momento en el que sus cuadros políticos eran difusos, sin mayores alianzas en el Congreso ni una maquinaria capaz. Parte de este último punto se aclaró con la cercanía hacia Juntos por el cambio. El primer aspecto, ese sobre si cumpliría o no lo que dijo, empezó a verse durante su primer mes de gobierno, que comenzó el pasado 10 de diciembre de 2023: sí, aspira a concretar una reforma del Estado. 


Para hacerlo, tomó la opción de un Decreto de necesidad y urgencia (DNU) y de lo que acá llaman una Ley Ómnibus. Una norma complementa a la otra. Entre ambas, a simple vista y con centenares de artículos de por medio, parece no quedarse por fuera ningún aspecto vinculado con el Estado. Su activación plena dependerá de lo que suceda en el Congreso de la Nación, donde deben discutirse; aunque parte del DNU, por sus características, ya tiene validez. 


Son medidas que se aplican con base en el capital político que tiene el oficialismo, respaldado por casi el 56% de los votos. ¿Eso equivale a tener respaldo popular? No lo sé. Depende también de qué se entiende por popular. Si se trata de oleadas de gente capaces de defender medidas, quizá no; ese grupo de personas parece pertenecer más a la oposición, en la que ahora se agrupan distintos movimientos sociales y sectores relacionados, de manera directa o indirecta, con el peronismo. Sin embargo, ese porcentaje de votantes sugiere que una parte importante del país busca un cambio en relación con lo visto, al menos, en los últimos 8 años. Aún es pronto para saber si, como dicen acá, lo bancan en todo. 


Mientras tanto, hubo una devaluación de la moneda y se esperan aumentos en los servicios básicos. En los supermercados es común encontrar fichas con los precios regadas en el suelo o apiladas cerca de la caja, esperando a que un empleado vaya a dejar el nuevo valor debajo de los refrescos, las pastas, las galletas y cualquier cosa que se pueda vender.


La sensación, en un parte de la sociedad que habita Buenos Aires, navega entre el miedo a que la realidad del país se vuelva cada vez más dura y la esperanza de que las medidas económicas deparen un mejor futuro. Ignoro cómo será en el resto de las provincias de Argentina, donde también ganó Milei. Es un país muy grande, con realidades diversas. Así que conviene tomar cualquier generalización con pinzas. Quienes ganaron la elección, parecen esperar a que la cosa termine bien; quienes la perdieron, lucen alertas a cualquier cosa que sientan que afecta la dinámica del país, por no hablar en términos de “democracia” o “logros conquistados” (por el feminismo o la comunidad LGBTIQ+), que también podrían estar en riesgo. Eso es lo que pasa con Javier Milei: hay tanta cautela como sospecha; ilusión y temor.


(*) Periodista venezolano en Argentina

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