María Alejandra Aristeguieta (en Suiza, Álvarez) en una de las campañas de elección popular a las que se ha integrado. Lee su testimonio completo en este link
Por María Alejandra Aristeguieta (*)
Mi nombre es María Alejandra Aristeguieta, llegué a Suiza en el año 95, por un año…¡Y llevo 27!
Llegamos porque yo venía a trabajar como diplomática, y luego nos quedamos porque regresar al gobierno de Chávez era una temeridad. Pero, además, nos quedamos porque mi esposo había conseguido empezar a trabajar en el sistema hospitalario de Ginebra (como pasante en el escalafón más bajo, a pesar de que tenía ya dos posgrados en Venezuela) y si se mantenía, podía seguir avanzando hasta llegar a Jefe de Clínica o Adjunto. Para mí fue muy difícil decidir que nos quedábamos, mis hijos estaban chiquitos y me dolía mucho que crecieran sin los abuelos y el resto de la familia cerca. La ironía es que casi todos sus primos viven hoy en día en el exterior.
Como muchos venezolanos, tuve que reinventarme varias veces. Suiza es un país precioso, frío y oscuro en invierno, adornado por la nieve en las montañas, pero en verano lleno de flores, campos, bosques, montañas verdísimas y lagos donde la gente se baña como si fuera el mar. Se protege mucho la naturaleza, al igual que el tamaño de las ciudades para que mantengan talla humana. Eso sí, con todos los servicios hasta el último rincón del país. Uno ve los autobuses subiendo a los pueblitos de la montaña, el correo funciona como un reloj suizo sea donde sea, y por supuesto, internet también, hasta en un refugio de escaladores alpinos. Aquí todo está planificado con años de antelación, no hay que confirmar mil veces una cita porque se da una fecha y se respeta. Los colegios de cada cantón tienen ya previsto el calendario escolar de los siguientes cinco años, con lo cual uno también aprende a planificar, a respetar lo acordado y a apreciar la calidad de vida.
Al principio yo creía que, a diferencia de Venezuela, aquí ya estaba todo hecho y las políticas públicas prácticamente eran innecesarias. Pero poco a poco me fui dando cuenta de la cantidad de cosas en las que uno podía ser factor de cambio y servir a la comunidad. Lo primero, la presencia de la mujer en el mercado laboral y su estatus. El sistema está diseñado para que la mujer trabaje en profesiones medianas que les permita conjugar las responsabilidades del hogar y al mismo tiempo aportar desde el punto de vista salarial. Además, ganan de entrada 20% menos que los hombres, en todos los niveles. Es una reivindicación pendiente y por la que me mantengo comprometida así yo no me vaya a beneficiar directamente.
Fui descubriendo que había siempre cosas por hacer, así que, una vez naturalizada, me decidí a participar en la política. En Suiza se empieza por participar en la “Municipalidad” o en el Consejo Comunal. En las comunas pequeñas como la mía, se hace una lista única y nos presentamos los vecinos que queremos integrar el ejecutivo o el legislativo, y la gente vota por los nombres que conoce. Yo he sido electa dos veces, y en esta oportunidad he ido adquiriendo más responsabilidades porque hay espacios donde se puede ofrecer una visión distinta. Es una forma de integración, que permite además enterarse de los trabajos o actividades previstos para tu comuna, proponer soluciones si se presentan problemas, y dar de tu tiempo en pro de tu lugar de residencia. Todos somos voluntarios, en Suiza la política se hace después del trabajo, no es considerado un trabajo sino un aporte a la comunidad como parte de tus responsabilidades ciudadanas. Sólo se tiene un salario cuando se llega a niveles más altos donde sí se requiere tu presencia a tiempo completo.
Pero además de participar en la política comunal (que es la unidad administrativa más pequeña), formo parte de un partido político y de su sección distrital. Ese trabajo es también muy interesante porque fijamos la línea del partido local para temas nacionales, porque interactuamos con gente de todos lados, y porque, al igual que en las reuniones del Consejo Comunal, el nivel de respeto a tus propuestas, planteamientos, o a tus argumentos (si no te estás de acuerdo con algo), ha sido y sigue siendo una lección de vida.
Una vez, por ejemplo, en el Consejo Comunal teníamos que aprobar el presupuesto para una reparación en la calle. Estaban terminando una reparación a la calle q pasa enfrente de mi casa, y nos presentaban el estudio para otros arreglos que se iban a empezar en la calle de arriba de mi casa. En la interpelación al representante de la municipalidad, yo pregunté si iban a solaparse, y otras personas se quejaron de la cantidad de trabajos que se estaban haciendo. El representante municipal, un señor que es agricultor y uno de entrada se prejuicia, ante las quejas dijo: “¡Ojo! Que esos arreglos son por el bien de todos, si no cuidamos lo nuestro ¿quién lo va a hacer?”
Y en seguida, respondiéndome, explicó que ya habían pensado en eso y que se habían asegurado que las empresas a cargo de los arreglos se coordinaran entre sí para que no se solaparan, y de esta manera los habitantes fuesen molestados lo menos posible. Es decir, es dos frases habló de dos principios básicos: responsabilidad y amor, cuidado por lo propio, y atención y calidad de vida para el ciudadano, el representado, que en definitiva es quien paga los impuestos con los que se hacen esos arreglos.
De paso, nadie se ofendió, nadie se puso a la defensiva, nadie insultó a nadie, ni puso en duda la honestidad de los trabajos… esa fue mi primera vez. Llegué a la casa sorprendida, hablando del respeto y la educación de todos, y el enorme peso que tiene en los ciudadanos de este país la búsqueda del bien común con cada aporte individual. Ya ahora me acostumbré a que la vida en verdadera democracia es así, y esa democracia la que deseo para Venezuela.
(*) Internacionalista y experta en DDHH
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